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domingo, octubre 29, 2006 

Y van tres

He dejado atrás el último fin de semana del mes y he vuelto a salir de noche algo que tenía olvidado tras unas semanas de recogimiento y una visita compostelana.
En principio se suponía que saldríamos el viernes pero hubo cambio de planes con una escisión a Ferrol que me hizo optar por el cine. Nada más salir del curro quedé con los tres de siempre, el trío TST (podría poner los nicks pero solo tiene el señor T tendré que buscarles alguno).Unas horas en casita y sesión nocturna de cine oriental en el Forum con la proyección de “The Hidden Blade” (Kakushi ken: oni no tsume) de Yoji Yamada, una nueva incursión del veterano director en las etapas finales de la época de los samurais, basada en los relatos de Fujisawa. Según he leído por ahí prepara otra más (y van tres tras ésta y la fantástica “El ocaso del samurai”).
De nuevo una gran historia, bien ambientada, que desgrana valores casi perdidos como la lealtad, el honor, la humildad y una historia de amor intemporal y prohibido por la separación de las castas dominantes. Siempre me digo tras ver una película de samurais que voy a leer algo del tema (Mishima por ejemplo) pero acabo dejándolo en el cajón de libros pendientes.
Salí corriendo del cine, podría haber optado por acercarme a casa de unos amigos no lejos de allí pero tenía una cita obligada, faltaban diez minutos para el capítulo de la maltratada Urgencias.

La mañana del sábado la pasé viendo Dvds y haciendo algunas compras. Una comida familiar con sobremesa de lectura de periódicos y de nuevo al cine, esta vez al Cgai. De camino me pasé por Fatall para ver si Belén me podía arreglar el bigote y la perilla. Me lo dijo la última vez que me corté el pelo que me pasara por allí cuando quisiera retocar las patillas y me tomé la licencia de incluir en el trato lo demás. Resultó rápido y eficaz, no me quería cobrar, tras insistir un poco me dejó echar unas monedas en el cerdito de las propinas.
En el cine fui a ver el documental “Grizzly Man” de Werner Herzog. Conocía la gran trayectoria del director en sus extensos largometrajes, no recomendados para horas de siesta y anocheceres pero no me esperaba que consiguiera “cortar y pegar” de forma tan magistral las más de cien horas de grabaciones originales dejadas por el protagonista de la historia Timothy Treadwell.
Este experto en osos se pasó temporadas durante trece años observando a los animales, consiguió fama (pero no fortuna) y su mensaje caló en la sociedad aunque también ha recibido críticas desde muchos sectores. Quizás un exceso de confianza hizo que todo lo aprendido se viniera abajo cuando volvió a ver a los osos en una época distinta de la habitual y un oso nuevo no le conocía y lo devoró junto con su novia. La grabación sonora del trágico final no la reproduce el director pero la escucha en uno de los momentos más emotivos del documental y le pide a la mejor amiga de Treadwell que pare la cinta y que no se atreva a oírla o incluso que la destruya.
El protagonista roza la locura en su pasión por los osos (sintiéndose un oso) y también peca de narcisismo y egocentrismo debido a la fama que le persigue. Sus miedos y sus temores acaban saliendo a la luz dejándonos traspuestos por unas horas a pesar de las emotivas imágenes que presenciamos entre osos y zorros. El director hace de narrador y adopta una postura no neutral, viene a decir lo que opinamos muchos que la persona no pudo con el personaje y acabó siendo devorado por el mismo.
Me dejó tan trastocado el documental que me conecté a internet a ver más detalles y acabé mandando un mail transoceánico demasiado influenciado por lo vivido. Unas horas después, tras cenar bajé hasta el Bristol a tomar una estrella y luego iba al Marfil pero estaba tan lleno que cambié de planes. Había quedado en el Baobar pero antes me pasé por un cíber para ver si tenía el mensaje de vuelta, menos mal que se subsanó el error. Más tranquilo subí al Baobar a tomarme mi mojito en grata compañía pero no me esperaba encontrarme con tanta gente. Había dos mesas contiguas de amigos, una podría decirse de músicos, artistas y asimilados y en la otra dominaban los periodistas. Ambas eran grandes tentaciones pero mandaba la que había quedado conmigo, la de la vocación frustrada de juventud.
De todas las anécdotas surgidas me quedo con la de los “ponipayos”.Me imagino que no sabéis quienes son, es algo verídico. Unos policías de Madrid entraron en un poblado gitano buscando un coche robado y la gente les dijo que no fueron ellos que habían sido los ponipayos. Por mucha imaginación que tengáis no conseguiréis saber que así llaman los gitanos a los ecuatorianos, sobran las explicaciones os lo dice un “payogafoso”.
Luego llegó más gente, amigas y nuevas lectoras de mi blog o la trouppe de amigas de mi hermana. Nuestro grupo se disolvió y otra vez tres, fuimos al Patachím. Allí, entre la nueva generación abundaban las chicas y no es que tuviera la caña preparada más bien debía decidir si pescar o no. En plena reflexión y camino del baño, un tío se me cruza dice algo de la abundancia y acto seguido, sin opción a responder siquiera, me planta un lambetazo en el cuello. Es la tercera vez que me pasa y siempre en el Pata, reputación hetero de nuevo por los suelos. Voy a tomar medidas drásticas, siempre he respetado las tendencias sexuales de cada uno pero me veo en la obligación de ponerme el pin que me compré hace dos años en Londres que pone “I’m Not Gay” porque la alternativa de decirle al siguiente que sí es algo que no me apetece nada (no he dicho nunca).
Cuando acabamos los copazos fuimos al Mardigras, la música de siempre pero con poca gente y pudiendo respirar. Me tomé un agua y bailé algunas piezas entre ellas una versión soul del “Express Yourself” de Madonna (ignoro el autor) y el genial “Que alguien me ayude” de Los Salvajes.
Íbamos hacia el Rocknroll pero se fueron para casa con el típico yo-me-voy-pues-yo-me quedo. Entré solo y la cosa estaba bastante animada y también se podía respirar. Había un cumpleaños y gente disfrazada estilo años setenta (explicación dada por un bajista virginal). Fueron cayendo las buenas canciones y las estrellas mientras se llenaba del Soho casi al completo. Cuando me di cuenta no me quedaba dinero, me había tomado cinco, gritaba la última canción por bulerías. Me había desquitado (no es un juego de palabras con el Desquite para olvidar el lambetazo).
Hoy resaca importante, limpieza de mi parte de la casa, comida, fútbol y periódicos con mi padre y visita a mi madre para hablar un rato, más periódico, el incómodo tupper y escribir estas líneas.

meu ben! o que dar'ia eu por un tupper deses...

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