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lunes, agosto 22, 2005 

Un serrucho sentimental

No suelo ser contradictorio pero hoy lo he sido. Ayer dije que estaba cansado de tanta playa, cañas y tapas pero no he podido evitar hacerlo de nuevo. He bajado solo a la playa pero una llamada de Carol alteró mi siesta y me obligó a llamar a Santos que también estaba en el Orzán aunque llevaba unas horas más que yo. Estuvimos juntos hasta que la subida de la marea comenzó a causar estragos a nuestro alrededor. La típica ducha rápida estilo matinal y vuelta a las calles.
Nuestros planes indefinidos se vieron alterados por una propuesta inmediata de Iván, acudir al concierto del grupo de Paco Lodeiro (su jefe) supuestamente a grabarlo en vídeo aunque al final solo lo escuchamos. Fue en un parque en pleno Paseo de Los Puentes, rodeado de niños y padres, pelotas de fútbol, triciclos y bicis, perros y dueños o los incansables viejos ocupando el centenar de sillas de plástico dispuestas en el césped a modo de platea. El variado repertorio musical se acompañó con pequeños diálogos humorísticos e irónicos entre Paco Lodeiro
y Carlos Jiménez (al que me presentó Eduardo una noche) , humorista e imitador asiduo de la TVG y del programa de radio “Corre Carmela que Chove”. Además las versiones musicales incluían guiños hacia diversos barrios de la ciudad y comarca que causaban el jolgorio popular como en “Clandestino” de Manu Chao. El ahora más estilizado Paco Lodeiro parecía una mezcla entre un cantante verbenero y Tom Jones. De las distintas canciones interpretadas me quedo con la versión instrumental con ukelele y serrucho del “Over the Rainbow” de Judy Garland. Del manejo del serrucho y la percusión se encargaba uno de los componentes de “O Jarbanzo Negro”, todo un descubrimiento; otro de los integrantes era un ex miembro de “Zapato Veloz”, pero quizás el más virtuoso era el guitarrista Miguel Ladrón de Guevara. La gente se reía pero permanecía sentada sin bailar salvo el borracho de turno que tenía que montar se espectáculo paralelo.
El frío y la sensación de agotamiento tras más de una hora de chistes e imitaciones seguidas de música nos empujaron a marcharnos sin escuchar el final. Primera opción algo caliente en El Quindío, desechada por estar lleno. Como alternativa entramos en la Calvo Sotelo a por unas cañas y la primera tapa de la noche, unas patatas picantes (realmente eran unas patatas bravas pero consiguieron que nos picara la curiosidad). Chicas conocidas de tiempos lejanos ahora convertidas en presuntas divas o artistas nos observaban desde la terraza del Bristol mientras tomábamos unos cortos y tapas en El Bombilla, nuestra segunda parada. Santos propone un sitio desconocido para mí cerca del Lois. Se llama el Rincón de Eli y lo recordaré por las tapas de mini tortilla y de mejillones al vapor por 0.90 euros y por haberme cruzado por el camino con una chica a la que quise amar demasiado tarde y ahora parece que tiene novio. Caminando por la calle de La Estrella hacia casa caímos en la tentación de jugar una partida al “House of Dead III” como terapia de desamor y nostalgia adolescente. Conseguimos jugar solo una gracias al esfuerzo que suponía sujetar y disparar la pesada escopeta recortada, pero me temo que volveremos a jugar otra partida cualquier día de éstos.

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