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domingo, enero 01, 2006 

Primer día del año

Las primeras horas del año fueron bastantes buenas. Me encontraba bastante mejor de mi gripazo y todo parecía que no tendría problemas para pode acudir a la fiesta.Tras la larga cena y las risas de las uvas, salimos fuera para barrer la calle delante de casa de mi abuela, una tradición familiar que sirve para “botar as meigas fora”. Se colapsaron los móviles a base de recibir y enviar sms, muchos de los cuales más empalagosos que un polvorón. Esos mensajes de buen rollo que parecen poemas y colapsan la red son tan ridículos que tan rápido como llegan los elimino.
Como quedé a la una y media en el Cheers para tomar la primera copa, pasé antes por la casa de mis tíos para felicitarles el año a mi padre y demás familia. Más bebidas que mezclar antes de la fiesta posterior, hay que preparar el estómago para una barra libre.Sin ser uno de mis nuevos propósitos del año, conseguí llegar puntual y de primero al punto de encuentro. Poco a poco fueron llegando Santos, Carolo, David y María, Carlos, Marta y su hermana, Seco y Richard. Los efusivos saludos y la primera copa dejaron paso a momentos de silencio, algo inaudito habiendo gente que tenía tanto que contarse y llevaba varios meses sin verse. Estuve una hora, solo faltaba Carol, pero visto el panorama decidí no tomarme otra copa y marcharme al Keops a mi barra libre.
Tras un pequeño lío para localizar el sitio, conseguí llegar. Nada más entrar me topé con Pablo, el hermano de Santi, nos felicitamos el año, me contó cómo iba la cosa y yo le comenté que venía de Cheers que se pasara por allí para saludar a la gente (así lo hizo después pero y a se habían marchado al Velvet).El panorama inicial era algo desolador: cafetería estilo años setenta, camareros inexpertos y con mezcla escasa en botellas de plástico de dos litros, menos de un centenar de personas (la mayoría chicos) y mi grupo era también escaso: Marta, Marian, Lucía, Sonia y Jose. Como éste último era el menos integrado decidí colaborar con la causa masculina e intentar que se soltara comenzando nuestra barra libre. Unas rondas más tarde ya habíamos diseccionado todo el local y las chicas nos arrastraron a bailar. Desde ese momento no recuerdo parar de bailar, salvo las obligadas excursiones al servicio o a coger más bebida. En una columna del local había unas listas donde la gente podía llevar la cuenta de los cubatas que llevaba que enseguida fue objeto de competición entre Jose y yo (sin quererlo me ha salido un plagio planetario) que cambiamos el objetivo inicial de amortizar la barra libre cuya cifra estimada era de unas diez copas por ver quién bebía más. Afortunadamente tuve un momento de lucidez al octavo cubata que me hizo desechar el alcohol y comenzar a beber mezcla, eso sí sin parar de bailar. Cuando paró la música y busqué mi móvil en mi chaqueta no podía creer que fueran las ocho de la mañana; el tiempo pasó volando y era demasiado tarde para hacer una escapada al Pata o al Velvet, desechado también llamar a éstos, acepté la invitación de Marta de llevarme a casa en su coche.
Seis horas de mal sueño y primera bronca consecutiva con mi madre y mi padre. Con ella porque se quedaba en casa a comer sola, no iba como siempre a casa de la abuela a comer con su familia. Con él porque me llamó por teléfono para ver si iba a comer a casa de mis tíos cuando le dije ayer que no me llamara ni me despertara que ya me iría yo cuando me levantase y que empezaran sin mí. Otro propósito de nuevo año, intentar no discutir con mis padres, que incumplo a las primeras de cambio. La larga sobremesa no me impidió vegetar el resto de la tarde y acostarme temprano que mañana es lunes de trabajo y nuevos propósitos.

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