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domingo, julio 31, 2005 

La gran comilona

Tal como habíamos quedado ayer, mi primo Juan Carlos pasó a recogernos a mi hermano y a mí para ir a la aldea a comer a casa de los parientes de su mujer. Fue llegar, saludar y marcharnos a un bar a ver la carrera de Fórmula Uno. Allí coincidimos con Vanessa, paisana y compañera de curro que me comentó el auge de las minimotos por aquella zona. Mientras mis primos sufrían como auténticos fanáticos con Alonso (son asturianos, estoy convencido que más nacionalista que un asturiano no lo hay).Debido al resultado volvimos un poco antes de que acabara. Empezaron las interminables presentaciones de desconocidos empeñados en saber de quién eras hijo y en qué trabajabas mientras no dejaban de llenarte la copa de vino en cuanto bebías un sorbo. El vino ayudó a digerir la cantidad de platos que iban a pasar por delante de mi cara. Primero tocaron unos trozos de empanada como aperitivo, de primer plato había sopa. Unos instantes de respiro y llegaron los segundos. El cocido llevaba de todo y cuando me quise dar cuenta tenía el plato lleno con tres patatas, un trozo de lacón, medio chorizo, una montaña de garbanzos y repollo. Menos mal que no me gustaba la oreja y pasé de la carne fresca. Eso sí, no pude evitar coger dos trozos de delicioso tocino blanco que degusté con las patatas que me sobraron y con el pan de boya tan delicioso. Otros minutos de rogado descanso, ante las insistencias para que repitiera o probara la carne asada (el otro segundo) no tuve más remedio que probar un trozo para que me dejaran tranquilo, y llegaron los postres. Había tres tartas caseras, dos barras de helado y algo de bizcocho. Casi me sirven un trozo de cada, me salvé del bizcocho y de uno de helado. Las tartas eran un brazo de gitano, una milhojas y una que llevaba de ingredientes unas rodajas de piña y melocotón (que el trozo de mi plato tenía dos rodajas de cada). Por primera vez en mucho tiempo no conseguí acabar todo lo que tenía en el plato, llegó un momento en que al tragar el trozo no bajó de la nuez, no había más sitio. Salí a pasear un poco mientras acababan y traían el café de pota. Tomé una taza sola pero pasé de chupitos o aguardiente. Tres horas después de llegar estábamos en casa de mi tío que había invitado a comer a sus hermanos. Momento para escuchar historias familiares de privilegios sobre las casas y tierras, anteriores a la época de los Reyes Católicos y otros documentos incunables y de valor actual incalculable que habían visto mis tíos pero que una familiar había destruido la mayoría por ser papeles viejos. Estaban en un baúl y llegó allí decidiendo hacer limpieza y quemarlos, menos mal que los que estaban por allí vieron la hoguera y pudieron salvar algunos. Lo peor de esta anécdota es que pasó hace menos de cuarenta años y serían documentos muy valiosos para analizar y conocer la historia de la zona, dejando a un lado su valor monetario. Cuando nos íbamos a marchar con mi padre la batería no le funcionaba y el coche no arrancaba. Comenzó un esperpéntico show entre mis primos y mis tíos, todos abriendo sus coches y buscando si sus baterías estaban donde el motor o en el maletero. Finalmente pudimos arrancar y volver a Coruña. Eran casi las diez, cogí mis cosas y fui hasta los jardines para ver las actuaciones de música tradicional, no llegué a Ruote (el grupo de Olga y Pablo) pero por lo menos estuve con Marta, Sonia y su novio Jose. Juntos vimos a Pablo que nos contó que nuestro amigo común, Alex, se había marchado un poco antes. Como mis amigas y novio se iban a cenar y yo no quería ver comida delante en las siguientes horas no les acompañé y me fui para casa.

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