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sábado, julio 23, 2005 

Treinta y uno

Me he levantado a las nueve, me siento fatal, debería estar feliz porque estoy de cumpleaños pero tengo una mezcla de dolor físico por el resfriado y espiritual por no poder celebrarlo como quería. Desde que dejé atrás mi infancia y la adolescencia nunca he sido partidario de hacer fiestas de cumpleaños, quizás por un gesto de rebeldía contra las tradiciones de la tarta, las velas e invitar a los amigos o simplemente por una forma de avanzar hacia la supuesta madurez. El caso es que todos los años sigo aceptando los tirones de orejas y la ceremonia familiar de la tarta y la velas de postre si comemos en casa pero nunca hago fiestas. Si coincide en fin de semana me lo tomo como uno más solo que pago muchas rondas. Por todo ello, los días anteriores estoy inquieto porque se me ocurre celebrar algo distinto pero no aviso a nadie porque al final me echo atrás y no hago nada especial. Pero nunca me había pasado un cumpleaños enfermo en bata de los años setenta, boxers, camiseta blanca de tirantes, con barba de tres días, ojeras y toda la mañana delante del ordenador como si fuera uno de esos hikikomori asiáticos que se pasan los días sin salir de su habitación conectados. Puede que dentro de diez años añadiéndole al cuadro una mujer con rulos que no sea mi madre y unos niños gritando, la imagen se convierta en realidad pero a los 31 no me imaginaba que iba a tener esta pinta. Mi malestar proseguía tras mantener una conversación en el soulseek con Alfonso y contestar a varios sms felicitándome. Después de ducharme salí con mi madre hacia el restaurante El 10, lugar elegido para comer con mi padre, intenté animarme pero mi cuerpo no me dejaba. Un poco de empanada, unas almejas, un kilo de cigalas a la plancha y una caldeirada de pescados parecieron subirme la moral pero solo fue un efecto pasajero porque no podía quitarme de la cabeza tenerme que quedar en casa y no poder irme mañana de camping en As Cíes con mis amigos. Como hice el año pasado pagué la cuenta con discusión materna por mi excesiva propina (si llego a dejar el 10% que dan en otros países como acabaría la cosa). Vuelta para casa con intención de no salir hasta estar bien, mi padre me dió dinero como lo dan en su familia a escondidas como sin querer (memorable frase de despedida de mi padre: “como te pases varios días en casa te vas a hundir”). Me cambié de ropa y me tumbé a ver un rato del partido del Depor en la Intertoto pero me quedé dormido y desperté tres horas después porque mi madre había salido sin avisar y llamaban a la puerta. Eran mi tía materna Rosa y mi abuela que venían a hacerme una visita y felicitarme. Mi tía me regaló dos libros: La trilogía de N.Y de Paul Auster (aunque parezca increíble era el único libro que me faltaba por leer de este escritor) e Infancia de J.M.Coetzee (que me apetecía mucho).
Pasé el resto de la tarde-noche escribiendo y contestando llamadas o mensajes de familiares y amigos hasta que el cansancio se apoderó de mí y me metí en la cama tratando de olvidar un día en el que mi yo físico cumplía 31 años y mi yo virtual (polpita o mi blog) cumplía seis meses.

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