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viernes, marzo 03, 2006 

Cayo Largo

La cortina de humo cinéfila duró poco, de hecho, decidí pasar por casa para dejar la bolsa que cargo todos los días y estuve a punto de no regresar para la siguiente sesión.
Pero me bastaron dos minutos en casa para darme cuenta que necesitaba otras horas de evasión porque si no empezaría a gritos con mi madre por tonterías.
Todo lo anterior no era excusa para dejar de ver “Key Largo” de John Huston, era lo mejor que podía hacer, una sesión de cine negro. De un clásico como éste no sería necesario contar su argumento pero yo mismo sé que hay muchos de los llamados clásicos del cine que no hemos visto por diferentes circunstancias.
En los cayos de Florida, de los que casi somos expertos gracias a C.S.I., regentan un hotel un viejo en silla de ruedas y su nuera, joven viuda de guerra. De repente un día se presenta ante ellos un excombatiente, compañero del soldado fallecido. Ha llevado una vida errante desde que acabó la guerra, sin ataduras que lo retengan en ningún sitio.
El momento de rendir cuentas con su pasado no es el más indicado puesto que una banda de gángsteres controla el hotel a la espera de la llegada de sus compinches para culminar un negocio. Podría intentar algo pero actúa con inteligencia para buscar la mejor manera de minar la resistencia del rival, un capo expulsado que quiere volver a tiempos pasados de la ley seca.
La difícil situación es complica aún más con la llegada de un huracán que los tiene recluidos al borde de la destrucción. Finalmente, cuando la tormenta se calma y el negocio se completa, la banda improvisa su huída hacia Cuba en una barca donde el antiguo soldado es obligado a ejercer de timonel. Solo tendrá una oportunidad para deshacerse de ellos y no la puede desaprovechar.
Hasta aquí el demasiado detallado argumento, pero cuando le ponemos voz y rostro a los personajes la película se hace aún más grande. Se hace difícil escoger entre las grandes estrellas participantes: Edward G. Robinson, Claire Trevor, Lionel Barrymore y el dúo formado por Humphrey Bogart y Lauren Bacall. De todas ellas me quedo con las miradas apasionadas de Lauren Bacall que revelan un amor tan grande por Humphrey Bogart que se hace difícil separar la realidad de la ficción. Buscaré dicha mirada en los ojos de otras mujeres.

Cuando iba de camino a casa, una chica que llamaba por teléfono desde una cabina me saludó con la mano. Es curioso pero ahora las cabinas solo las utilizan los inmigrantes o alguien que tenga una emergencia. En principio no la reconocí, por mi miopía y porque había cambiado el corte de pelo, pero después la volví a ver pasar cuando entré en “La Bombilla” para coger una croqueta (aperitivo de cena ligera) aunque desapareció. Supongo que nos veremos un día de éstos y me aclarará porqué usaba una cabina (me imagino que sería para llamar al extranjero) y si tenía algún motivo secundario para cambiar de “look” (la gente cambia de imagen para dejar atrás una etapa que olvidar).

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