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jueves, diciembre 22, 2005 

Larga comida de empresa

Ha llegado el día de la confraternidad laboral. La mañana, marcada por el poco trabajo (por fin), la preparación de los discursos de los cuatro novatos y el seguimiento del sorteo de la lotería, ha pasado rápida porque solo trabajábamos de 8 a 3.
Nos repartimos en los coches hacia el restaurante “La Cabaña del Pescador” donde degustamos variados primeros platos y dosis ingentes de carne doityourself culminados con copas de helados y cafés. Algunos se atrevieron con la Copa de la Casa, dessert compuesto por macedonia, flan, piña, melocotón, cuatro bolas de helado y todo ello cubierto de nata y unos cuantos barquillos; que llevó a una improvisada competición infantil por ver quién terminaba antes (si es que conseguían hacerlo).Los tres superaron el reto. Culminado el festín llegaron los discursos y el champán, cuatro caras nuevas pasaban por el trance intentando superar el listón dejado por mí el año pasado. Fue un nuevo estilo, en equipo, con menos ironía y más sentimental.
Abandonamos el local rumbo a la bolera, aunque ya se produjeron las primeras deserciones, fruto de compromisos familiares indispensables. Segunda doble jornada de bolos de la liga interna. Esta vez mejoramos aún más y conseguimos ganar uno de los dos partidos pero perdimos nuestras opciones al título. Pelearemos la última jornada, en fechas cercanas al carnaval, por el último puesto que también tiene premio.
Pasadas las nueve de la noche, descartada la opción de huir al Cgai, me apunté con los que quedaban para ir al karaoke a Santa Cristina. Patético, al igual que el año pasado, pero con momentos inmemorables como “Cadillac Solitario” de Loquillo cantado a cinco voces (éramos siete) o mi solitaria interpretación del “Can't Help Falling in Love” en versión de Elvis Presley (utilizada para demostrar mi nivel del inglés recibido en las dos clases semanales pagadas por la empresa).
Pasadas las once regresamos donde lo iniciamos todo, en la puerta de la empresa. Iba a ser la despedida definitiva, pero no, tres decidimos continuar de marcha. Uno del trío se fue por su cuenta porque había quedado con otra gente, no se imaginaba que fuéramos a aguantar tanto. Quedamos pues, el novato de tres meses residente en Vigo, que tenía una habitación en el NH y yo. Apenas nos conocíamos, viene un par de días a la semana a Coruña, nuestro trato es puramente telefónico. Ronda mi edad, tiene novia desde hace casi ocho años (tenemos boda el año que viene) y le apetecía conocer la noche coruñesa.
Empezamos con unas tapas en el Bombilla que le encantaron. Después unos cuantos copazos en Canal St que dieron para muchas risas y confidencias laborales. Como ya intuía sus gustos musicales (por el karaoke y porque tenía sintonizada la radio de su coche en los 40), decidí llevarle al Orzán (no era carne de Patachím o Desquite).Entre tanta basura elegí Los Elefantes, por lo menos le hacía un favor a Chechu que vigilaba la puerta equivocada. Además había fiesta de enfermería (siempre mirando por el negocio).Lo pasamos bien, aprovechando nuestra formación casi nos hacemos pasar por médicos al ver tanta belleza universitaria a nuestro alrededor. Culminamos la noche con una visita al Garibaldi, en cuya puerta nos cruzamos con el otro compañero, también había muy buen ambiente. Nos fuimos para casa y para el hotel, respectivamente, unos minutos más tarde de las cinco sabiendo que debíamos estar trabajando en unas tres horas.

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