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viernes, febrero 10, 2006 

Moby Dick

Ayer acabé tan cansado del curro infernal (con hora extra incluida) que después de quedar en el Macondo con Alex y Marta para tomar algo me fui para casa cancelando mi cita con el Cgai y obligándome a una doble sesión de cine la tarde de hoy.
A las seis me tocaba la versión de “Moby Dick” de John Huston. Ya la había visto en versión doblada, me había leído la novela de Melvilla, recordaba haber visto de niño una versión de dibujos animados e incluso la había leído en formato cómic en uno de aquellos tomos de “Famosas novelas”. Estaba demasiado preparado para verla.
Todavía me producía emoción la primera frase del libro (y de la película) el famoso “Me llamo Ismael” y me causó tal impresión que cuando era niño y me presentaban a un niño llamado Ismael pensaba que era por la novela. Gracias a mi nulo interés por el sector teológico-religioso para mí aquel nombre sigue evocándome grandes momentos que descansan en mi memoria como los Huck, Tom, Guillermo, Holden o Frodo.
Ese estilo de cuaderno de bitácora me ha influido de una forma bastante clara en mi forma de escribir este blog.
A pesar de nacer y vivir en una ciudad abierta al mar, en mi familia no tengo ningún marinero aunque ha habido gente que ha trabajado en el puerto pero en tierra firme.Desde siempre he sentido fascinación y respeto por el mar, pero sé que no podría vivir sin tenerlo cerca, me falta el aire me agobio en el interior. Es algo que los de secano nunca entenderán.
El personaje de Ismael siempre me recuerda a otro, aquel Manuel de “Capitanes Intrépidos” marinero portugués (Spencer Tracy) que cantaba la inolvidable “Ay mi pescadito deja de llorar” que provoca el efecto contrario y que era otra gran adaptación de una maravillosa novela de Kipling.
Volvamos a la ballena blanca, la adaptación contó con la inestimable ayuda de Ray Bradbury, con un reparto formidable reservando un pequeño papel para Orson Welles y medios técnicos suficientes para convertir la odisea en una fantástica aventura marina, cumbre de las películas del género de aventuras marítimas. Mi gusto por los detalles me impide olvidar el púlpito con forma de proa, el doblón de oro de Ecuador, el crisol de razas de la tripulación, el dolor producido por el realismo sangriento de los ataques de los arpones a las ballenas e incluso me pareció ver entre el grupo de mujeres que se despiden del Pequod una vieja con barba y bigote (si estoy en lo cierto tendré que buscar la imagen en un Dvd o por la red).

La peli es chula, pero la novela es increíble. No sé hace cuánto tiempo que la leíste, pero volver a ella es descubrir una novela nueva sobre el mismo tema. Inagotable.

Xx

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